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Puede sonar extraño, pero la goma de mascar o chicle que hoy con facilidad puedes adquirir en prácticamente cualquier autoservicio o supermercado ha estado presente en la vida de las personas desde la antigüedad.
No, no exageramos al referirnos a la antigüedad. Existen pruebas de que algunos europeos del norte masticaban alquitrán de corteza de abedul hace 9 mil años, posiblemente por placer y también, probablemente, con fines medicinales, particularmente para aliviar el dolor de muelas.
En América, los antiguos mayas masticaban una sustancia que ya llamaban chicle, derivada del árbol de chicozapote, como una forma de saciar la sed o combatir el hambre.
Los aztecas también usaban chicle e incluso tenían reglas sobre su aceptabilidad social. De hecho, sólo los niños y las mujeres solteras podían masticarlo en público, mientras que las mujeres casadas y las viudas podían masticarlo en privado para refrescar el aliento y los hombres podían masticarlo en secreto para limpiarse los dientes.
En América del Norte, los indígenas masticaban resina de abeto, una práctica que, tras su llegada, continuaron los colonos europeos. A fines de la década de 1840, John Curtis desarrolló la primera goma de abeto comercial hirviendo resina y luego cortándola en tiras que se cubrieron con almidón de maíz para evitar que se pegaran. Así que, probablemente sin saberlo, a principios de la década de 1850, Curtis había construido la primera fábrica de chicles del mundo en Portland, Maine, Estados Unidos.
Sin embargo, al final resultó que la resina de abeto era mucho menos que ideal para producir chicle: no tenía buen sabor y se volvía quebradiza cuando se masticaba.
El siguiente desarrollo clave se produjo cuando un inventor en Nueva York, Thomas Adams, consiguió algo de chicle a través del exiliado presidente mexicano Antonio López de Santa Anna. No está claro exactamente cómo se conectaron los dos hombres, aunque habrían estado en contacto después de la llegada de Santa Anna a los Estados Unidos en algún momento después de mediados de la década de 1850.
Santa Anna necesitaba ayuda para convertir el chicle en un sustituto del caucho, y creía que las riquezas que podía ganar le permitirían regresar empoderado a México.
Otros datos históricos detallan que fue hasta 1928 cuando el estadounidense Walter Diemer encontró la receta de chicle adecuada para hacer el primer chicle, pero no cualquiera, sino un tipo especial que permitía al masticador soplar grandes burbujas rosadas.
Diemer recibió el crédito por inventar el primer tipo exitoso de chicle. En ese momento, el hombre de 23 años era contador de Fleer Chewing Gum Company y experimentaba con nuevas recetas de chicles en su tiempo libre. Diemer pensó que era un accidente cuando dio con una fórmula que era menos pegajosa y más flexible que otros tipos de goma de mascar, características que permitían a quien lo mascaba hacer burbujas; entonces, en realidad tuvo un accidente: perdió la receta el día después de su descubrimiento y tardó cuatro meses en descubrirla de nuevo.
Diemer usó un tinte rosa para su nuevo chicle porque el rosa era el único color disponible en Fleer Chewing Gum Company. Sin embargo, actualmente el rosa sigue siendo el estándar de la industria para producir gomas de mascar.
Afortunadamente, ahora puedes comprar tus chicles tanto en su forma rosa azucarada original como en un sinfín de variedades, formas, tamaños, colores y sabores que han sido descubiertos gracias a la curiosidad y a la innovación de los especialistas en alimentos, que le han dado vida a nuevas recetas y formas de hacer chicles a través de los años.
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